Las historias de la emigración española a Alemania en los años sesenta siguen estando grabadas a fuego en la piel de sus protagonistas. Esa huella que es por momentos una herida se hace más profunda todavía.
Admítelo: ‘como en España en ningún sitio’, ¿verdad? Si has pronunciado esa manida frase durante estas familiares fiestas es probable que pases demasiadas horas adquiriendo incalculables conocimientos en el bar de Pepe, o que seas uno de los 2,5 millones de españoles que oficialmente residen en el extranjero (en realidad son muchos más) y que hayas vuelto temporalmente a casa por Navidad, como siempre nos recuerda esa marca de turrón.
Es verdad, vivir en Berlín está bien, pero ni en Charlottenburg ni Dahlem saben como una de esas cañas fresquitas que sirve Pepe. Cancún mola, pero en Zamora no tienes que andarte con cuatro ojos por si estalla una balacera en cualquier esquina. Praga no tiene mar, en Zambia no ponen tapas, en Nueva York te soplan 7 dólares por una cerveza y cada vez que vuelas a casa desde Tokio son 14 horas y 700 euros menos. Y sí, Lisboa tiene mucho rollo, pero ningún fado de Amalia Rodrigues podrá animar una fiesta como ‘Mi gran noche’ de Raphael o ‘Tu Calorro’ de Estopa.
«Ser español es arder cuando arde Doñana o temblar cuando tembló Lorca«
Ser español no es estar a favor de tauromaquia. Ser español no es llevar la bandera, ni gritar como un berraco frases de odio que espero que no sientas. Tampoco lo es ponerse una pulserita en la muñeca, ni cantar el cara al sol. El concepto de ser español es algo totalmente distinto, o al menos lo debería ser, porque a estas alturas de la historia yo ya no sé qué decirte.
Ser español es arder cuando arde Doñana o temblar cuando tembló Lorca; es sentarte a escuchar historias de meigas en Galicia y llegar a creértelas; es ir a Valencia y no sentir rabia por leer un cartel en valenciano, sino que te agrade poder llegar a entenderlo y es presumir de que las Canarias nada tienen que envidiarle al Caribe.
Sentirse español es sufrir por no haber podido vivir la movida madrileña, enamorarte del mar al oír Mediterráneo de Serrat, es pedirle borracho a tu amiga catalana que te enseñe a bailar sardanas, querer ir a Albacete para comprobar si su feria es mejor que la de Málaga y sorprenderte al ver lo bonita que es Ceuta. Para mí ser español es presumir de que en Andalucía tenemos playa, nieve y desierto; sentir casi mérito mío que un alicantino esté tan cerca de un Nobel, pedirle a un asturiano que me enseñe a escanciar la sidra y morirme de amor viendo las playas del País Vasco en Juego de Tronos.
También es español la cervecita de las 13.00, el orujo gallego, la siesta, el calimotxo, la paella, la tarta de Santiago, las croquetas de tu abuela y la tortilla de patatas. Lo son las ganas de mostrarle lo mejor de tu ciudad al que viene de fuera y que tú le preguntes por la suya; es hacerte amigo de un vasco y pedirle que te enseñe los números en euskera, por si pronto vuelves a por 2 ó 3 pintxos; es enorgullecerte de ser el país ejemplo a nivel mundial en trasplantes, de formar parte de la tierra de las mil culturas y de ser los del buen humor.
José Mateos Mariscal