Polonia tiene varios puntos clave en relación a los refugiados. Karczowa o Przemyśl tienen campos de refugiados. Sin embargo, donde más se puede apreciar el flujo de personas que huyen de la guerra es en el paso fronterizo.
Medyka es el municipio donde se sitúa el goteo constante de refugiados provenientes desde Ucrania. Con más de 15 kilómetros de espera en el lado ucraniano, quién logra cruzar tras días caminando es recibido por un campamento de ayuda improvisado en el que cientos de voluntarios tratan de ayudar con lo que pueden: transportan sus bolsas y maletas, cocinan, les proporcionan alimentos o algo tan simple, pero a la vez tan difícil como hacerles reír. Un joven alemán se trasladó hasta la frontera solo para animar.
Llama la atención también la cantidad de españoles que han acudido para poner su granito de arena. Uno de ellos es Jesús Díaz, un hombre de Cartagena que pidió vacaciones en su trabajo para poder venir a ayudar. Reservó un apartamento en Przemyśl y desde su llegada acude a la frontera todos los días de 09:00 a 21:00. «Vine aquí solo y vi de qué manera podía ayudar». Su labor es ayudar a llevar maletas y bolsas a los refugiados que llegan desde Ucrania hasta los autobuses que les trasladan al centro de registro de refugiados, más conocido como Tesco. Los puestos de ayuda son únicamente de transición y dan descanso momentáneo a los refugiados que llevan tantos kilómetros a sus pies.
En el paso fronterizo el flujo de personas que acceden a Polonia es incesante, peor algo curioso y admirable es el amor de madre. Algunas personas no entran al país polaco, sino que salen de él. Se trata de algunas madres que van cargadas con bolsas, mochilas y material diverso para ayudar a sus hijos que se encuentran en Ucrania combatiendo. “Lo que yo no me esperaba es la cantidad de mujeres que están cruzando hacia dentro”, relata Jesús. El voluntario traslada que tiene varios testimonios marcados como el de una mujer que lloraba mientras cruzaba la frontera cargada: “Ella vivía en Polonia y se iba a ayudar a su hijo y su familia. Llevaba 50 kilos encima en cuatro bolsas”.
Amor de madre, siempre presente en cualquier circunstancia. Y es que, las que salen de Ucrania junto a sus hijos también tiene la fuerza y el coraje de llevar en los brazos durante kilómetros a sus hijos pequeños. Para eso también hay ayuda humanitaria. “Han montado una iniciativa en la que reparten portabebés para no tener que cargar a sus hijos en brazos”, traslada Jesús.
A gran parte de los ucranianos les costaba aceptar comida y alimentos al ser recibidos en Polonia. Este voluntario lleva ya una semana en la frontera y conoce cómo funciona todo, incluso la actitud de los refugiados. “Son gente como nosotros, con mucha educación y que les da vergüenza coger las cosas sin pagarlas. Están acostumbrados a pagar las cosas como nosotros”, concluye Jesús.
El campamento de Medyka, gracias a los voluntarios y la policía y soldados polacos, tiene pensado todo. Al entrar hay varios puestos en los que se ofrecen tarjetas de móvil con internet y llamadas gratuitas para los refugiados. Este tipo de detalles son en los que casi nadie piensa porque se da por hecho que todos tenemos acceso a ello, pero en una guerra todo cambia. Por otro lado, hay zonas de descanso, para relajarse y descansar después de tanta tensión y cansancio físico por la odisea que supone cruzar la frontera. La comida para bebés y su higiene también está pensada. Además, hay que recordar que la mayoría de refugiado son niños y bebés que vienen acompañados de sus madres (los hombres de entre 18 y 60 años tienen que quedarse combatiendo en Ucrania).
La importancia de los niños y niñas en esta huida es tal, que muchas de las historias están protagonizadas por ellos. Algunos voluntarios se situaban a lo largo del campamento con bolsas llenas de peluches y juguetes. Los niños y las niñas los veían y la cara se les transformaba totalmente. Sus sonrisas no podían borrarse de la cara al seleccionar su nuevo peluche.
Otro aspecto fundamental es el de los animales. Otros de los grandes protagonistas. Sus dueños, lógicamente, no les pueden abandonar y van junto a ellos. Por eso, los refugiados que quisiesen podían adquirir un transportín, ya que muchos de los animales han tenido que recorrer los mismos kilómetros que sus dueños a pie o, como en el caso de los gatos, han tenido que ser trasladados en brazos.
Los voluntarios y su solidaridad han logrado dar la mejor cabida posible a unas personas que no saben cuando podrán a volver a su hogar, De algún modo, gente como Jesús, les hacen sentir como en casa. Porque los civiles en esta guerra no están solos, están acompañado. Esta hospitalidad les da esperanza para volver a confiar en la humanidad.