Vivimos momentos, yo diría que años, en los que parece que determinados políticos, en los distintos ámbitos territoriales y tanto con responsabilidades orgánicas y públicas, parecen que solo dirigen a la opinión pública mensajes extremos, demagógicos, radicales e incluso, en la mayoría de las ocasiones, alejados de la realidad.
Pareciera, abriendo telediarios, portadas de periódicos, entradillas en radio y titulares digitales -ya no digo en redes sociales- que las proclamas estruendosas, controvertidas, chillonas y chirriantes, apasionan a sectores de la opinión pública y que el político de moda es quien personifica la oratoria y la elocuencia crispante, altisonante y, en algunos casos, los que pregonan medias verdades o crean bulos que hacen caer en reuniones singulares y que entienden como círculos influyentes desde una perspectiva electoral a corto plazo.
Del “club de los moderados”
Yo me rebelo contra ello porque, a pesar de que esta autodefinición no guste a algunos, me inscribo desde siempre, por mi forma de ser en lo personal, por la educación recibida de mis padres y por decisión propia en lo político, en el lo que podríamos calificar como “club de los moderados”.
Quiero y practico la moderación. No soy de los que me gusta en mi labor política diaria mentir sobre el adversario, hacerme eco de rumores y mucho menos difundirlos. Soy de esa clase de políticos que piensa hay que construir más que destruir y que la acción barriobajera de arrojar barro, calumniar o difundir bulos, inventarse informaciones -y en un caso extremo incluso “crear” y difundir encuestas e irrisorios trackings– y poner en marcha el ventilador de la porquería contra el adversario, es una práctica detestable y despreciable que hay que erradicar de la vida diaria. Y si además el infundio se refiere a aspectos de la vida personal del político señalado, el calificativo sería ya de infame.
Charlatanes del nuevo marketing
Confío, y la historia lo demuestra, que son coyunturas eventuales y que al final, la verdad y la política honesta, termina por imponerse. La antropóloga argentina Irina Podgorny publicó en 2014 un libro titulado“Charlatanes”. La tesis que sostiene muestra el nacimiento y la evolución de los curanderos y vendedores de remedios que recorrieron Europa y América confundiéndose con científicos y descubriendo nuevos modos de engañar a la gente. “Fueron los primeros que aprovecharon la imprenta, tienen una fabulosa capacidad para el marketing”.
No pierdo la esperanza y confío en que esta época de ruido chillón y molesto y de árboles perversos que impiden ver el bosque de la verdad, dé paso a una normalización del quehacer político porque, como dice el sabio refranero, las mentiras tienen las patas muy cortas, aunque algunos apostillen que los charlatanes, tienen las piernas muy largas.
En estos “Tiempos recios” que diría Vargas Llosa, es complejo y a veces muy difícil, ser moderado y no sucumbir a la moda de las intoxicaciones por miedo a sufrir el deterior de la maquinaria partidista de estos goebbels de nuevo cuño.
Dormir tranquilo y caminar con la cabeza alta
Mientras esto pasa, mientras llega el tiempo de la verdad, yo seguiré siendo moderado en mis comentarios, comedido en la legítima respuesta al adversario, leal con las instituciones, sean cuales sean, educado en mis opiniones, respetuoso con la vida personal de todos, ecuánime en mis valoraciones, alejado de los contubernios fabricantes de bulos y defensor del respeto y la tolerancia. No sé si eso da votos, no sé si esto, en términos de réditos electorales, me beneficia o no, solo sé que eso, precisamente esa actitud, me hace dormir bien y me permite ir con la cabeza bien alta por la calle, saludando a todo el mundo y sin miedo a que me increpen por unas palabras perversamente pronunciadas o una mentira difundida.