Hace ya bastantes años que desapareció de nuestras calles y plazas aquella algarabía que formaban los grupos de mozos que tenían que “sortear”, era como un ritual que se esperaba año tras año. Diversos eran los actos que éstos llevaban a cabo durante el año en que eran quintos, ya explicaré por que se les llamaba quintos, y voy a referirme a uno de esos actos: “Plantar el Mayo”.

Foto de archivo de Santiago Izquierdo

A primeros de mayo se cumplía con una ancestral costumbre como era plantar el “mayo”, esto lo realizaban los jóvenes que ese año entraban en sorteo para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, la célebre “mili”. Era toda una fiesta en la que todos los mozos del reemplazo se juntaban para celebrar la instalación de un esbelto árbol al que se le denominaba con el nombre del mes en que lo hacían.

Los menos jóvenes aún podemos recordar ese árbol instalado en la Plaza del Ayuntamiento, ya que en el caso de San Sebastián se colocaba frente a la fachada de la Casa Consistorial.

La fiesta comenzaba la víspera en la que todos los jóvenes del reemplazo junto con sus amigos y familiares se iban a la ribera del río Jarama, principalmente a la zona de las Huelgas de Prieto, y allí elegían un chopo, al ser posible el más alto y derecho, y lo talaban, todo ello amenizado con música de organillo, guitarras y bandurrias, y en ese ambiente alegre y distendido se pasaba la noche entre bromas y unos cuantos bocados y tragos de vino del “Tío Perejil” o de las propias cosechas de alguno de los mozos que eran quintos, pues hay que rememorar que en nuestro término municipal había numerosos majuelos*.

Al despuntar el día el chopo se instalaba en una carreta y más modernamente en el remolque de un tractor, formándose todo un cortejo que desde las orillas del Jarama se trasladaba hasta el centro del pueblo. Con anterioridad, al árbol se le habían cortado todas las ramas, dejándole únicamente la copa.

Es de imaginarse las situaciones que se creaban con su traslado, si se hacía por los caminos el recorrido era bastante largo, así que se optaba por traerle por el trayecto más corto que era por la carretera, había que dar más de una explicación de la costumbre cuando los “motoristas”, así se llamaba a la Guardia Civil de Tráfico, paraban la comitiva por poner en peligro la circulación en una carretera tan transitada como era la Carretera de Burgos, pues el cortejo se incorporaba bien por la Carretera de Algete o desde el Camino de la Alberca, en el kilómetro 24. Los “motoristas” entendían la costumbre y tras recomendar prudencia y que no se saliesen del arcén dejaban continuar la marcha, pues ésta no sólo consistía en el remolque con el “mayo”, sino que iba acompañada de otros vehículos de todo tipo que habían ido a recibirles y también los muchos curiosos que se paraban para enterarse de lo que ocurría y a los que se agasajaba con un buen trago de alguna de las botas de vino de los mozos.

Imaginar una Calle Real con apenas tráfico cuando la comitiva de los mozos aparecía por el alto del cementerio, allí ya eran recibidos por la chiquillería y como no por bastantes mozas en edad de merecer, muchas de ellas hermanas y novias de los quintos.

La plaza en aquel entonces carecía de asfaltado, por lo que no resultaba difícil cavar un hoyo, para después con sumo cuidado ir introduciendo el chopo para que no se tronzase la copa, ya que ésta tenía que quedar intacta, para ello se ataban unas cuerdas que se sujetaban desde la terraza del Ayuntamiento, y una vez “plantado” uno de los quintos trepaba para desatar las cuerdas. Siempre hubo cierto pique y rivalidad con los quintos de anteriores años en ver que “mayo” era el más alto y esbelto y cual tenía una mejor y más perfecta copa.

A continuación venía el ritual de colocar la bandera en la citada copa en la que se podía leer el año de la quinta, a lo que se prestaban algunos de los más arriesgados o más hábiles en trepar por un árbol. Todo esto se llevaba a efecto en medio de un gran gentío que se unía a la fiesta y dar unos cuantos “tientos” a las botas de vino que iban pasando de mano en mano.

En la ocasión de mi quinta una vez instalado el “mayo”, que nuestro trabajo nos había costado, se presentaron los guardias municipales diciéndonos que teníamos que quitarlo, pues habíamos ocupado la vía pública sin el correspondiente permiso, a lo que alegamos que eso se hacía desde tiempo inmemorial, pero por lo que nos explicaron es que se requería autorización de la autoridad municipal para hacerlo, así que agachamos las orejas y nos fuimos a la casa del alcalde, dándole explicaciones que lo habíamos hecho pensando que no había más trámite que llegar y “plantar” el árbol. El alcalde nos “abroncó” un poco, aunque tuvimos como nuestra principal defensora a la Tía Delfina y ahí se acabó todo el problema.

También existía la costumbre, y que muchos de los quintos realizaban, que era la de “plantar un mayo” en la puerta de las novias, y que a alguno le trajo más de un problemilla, pues los padres no veían con buen ojo el noviazgo de su hija y que les plantasen un mayo delante de la casa les sentaba a “cuerno quemado”, pues era dar carta de naturaleza al noviazgo.

El “mayo” se mantenía instalado en la plaza durante todo el mes, e incluso algunos días de junio, el bajar el árbol también conllevaba un día de bulla.

Luego vino el asfaltado de la plaza que dificultó el instalarlo, pese a que se había dejado un redondel sin asfaltar, la verdad es que la cosa se fue complicando hasta que por falta de comunicación entre los mozos, quizás uno de los motivos se debió al aumento de la población, la realidad es que se terminó por perder esta arraigada costumbre de la que tenemos constancia desde el siglo XVIII con el sorteo de las primeras quintas, de las que se conservan expedientes muy completos en el Archivo Municipal.

Santiago Izquierdo G. Bárcena

Cronista Oficial y Archivero emérito de San Sebastián de los Reyes

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